1919 – 1926
CÍRCULO DE BELLAS ARTES
En marzo de 1919 el Círculo de Bellas Artes convocó un concurso para la construcción de su sede social en el solar que habían ocupado los jardines del palacete del marqués Casa Riera, en la calle Alcalá, 42. Antonio Palacios había sido presidente de la Sección de Arquitectos del Círculo de Bellas Artes de 1910 a 1916 y, desde esta posición, había participado activamente en la búsqueda y elección de una nueva ubicación para la sede de la institución. Por eso, el arquitecto no dudó en presentar una sólida propuesta al concurso.
El jurado estaba compuesto por Enrique Repullés y Vargas, Luis Bellido y Teodoro Anasagasti, contra quien Palacios había competido en las oposiciones para la plaza de profesor numerario de Proyectos de Detalles Arquitectónicos y Decorativos, que quedó desierta.
Tras eliminar los proyectos de menor calidad, el jurado desestimó también el de Antonio Palacios por superar la altura máxima permitida, que eran 25 metros. Esta decisión desencadenó una gran polémica sobre cuál era el punto de referencia correcto para realizar tal medición. El arquitecto envío un comunicado de protesta al presidente del Círculo donde probaba que la altura se adecuaba a la permitida y criticaba los proyectos seleccionados, sin embargo, su reclamación no fue escuchada. Fue entonces cuando casi doscientos socios enviaron cartas de protesta para apoyar el proyecto de Palacios; ante tal respuesta el jurado decidió incluir la propuesta del arquitecto, pero declaró desierto el concurso. La situación se solucionó en 1920 con una votación por parte de los socios sobre los proyectos que habían sido finalistas en la convocatoria, incluido el de Antonio, que ganó con una clara mayoría.
Parece que Palacios estaba convencido de que su propuesta podía dotar de la grandeza necesaria a la sede del Círculo de Bellas Artes y de ahí su protesta e insistencia en que se reconsiderase su diseño. En la memoria del proyecto se puede leer: «Consignemos, desde luego, la extraordinaria importancia y consiguiente magnitud con que se ha proyectado este edificio. Si la nueva Casa Social se idease con mezquindad, el error que esto habría de representar sería irreparable».
Palacios decide prescindir de un esquema que ya había utilizado con éxito en otros proyectos, como es la articulación de los espacios en torno a un gran patio. En esta ocasión, el arquitecto opta por una escalera imperial de doble tiro, ubicada en un extremo del vestíbulo principal, un patio interior, que recibe luz a través de unos ventanales con vidrieras y que da acceso a las diferentes plantas. Cada piso fue concebido para albergar usos concretos. En el caso de la planta baja, Palacios indicó en la memoria del proyecto que se situarían los departamentos y servicios que tienen relación inmediata con la calle, como las salas de conversación, la terraza, el salón de exposiciones y una especie de mirador que proporcionaba unas interesantes vistas del propio edificio. En el entresuelo se ubicarían las estancias más recreativas para los socios, como billares, juegos de mesa y similares; también una zona de descanso con vistas a la calle. La planta principal se consideró la más monumental, ya que acogería un gran salón con cúpula central, ricamente ornamentado, y otro espacio dispuesto «a la manera usual en los teatros griegos» que acogería conciertos, representaciones teatrales y actuaciones de todo tipo con una capacidad de 2500 espectadores. En el primer ático se encontraría la biblioteca; en el segundo la sala de reuniones de la junta directiva y una gran sala de recreo, dedicada a los juegos de azar, que hoy se conoce como «Sala de Columnas». En las plantas superiores se ubicarían las cocinas, comedores y estudios de Bellas Artes, mientras que en el primer sótano se instalaría un gimnasio con una ingeniosa solución que permitía transformar un área donde se practicaba esgrima con espectadores, en piscina durante los meses de calor.
Al exterior, el edificio muestra un diseño vertical, con una fuerte inspiración en los rascacielos norteamericanos. Cada planta presenta una volumetría diferente y se van reduciendo a medida que crecen en altura. Palacios estableció un gran zócalo al nivel de la entrada sobre el que se levanta el cuerpo principal, con grandes cristaleras flanqueadas por columnas pareadas de orden gigante que imprimen verticalidad al conjunto, convirtiéndose en triglifos o adornos acanalados, en el enorme entablamento, también totalmente acristalado. El retranqueo del ático permite ganar el espacio suficiente para ubicar una terraza con espléndidas vistas a la ciudad y jugar con las formas geométricas, ya que el arquitecto introdujo un cuerpo semicilíndrico de inspiración neoclásica. Culmina el edificio un gran torreón rematado por un escalonamiento, junto a la gran estatua de la diosa Minerva, realizada por Juan Luis Vassallo en 1964.
En este proyecto, Palacios quiso romper con la tipología habitual para estas construcciones e incluso con la usual forma de distribución que aplicaba en sus proyectos, para lo cual rechazó la idea de un gran patio central. Por otra parte, las referencias neoclásicas se deben a una idea de atemporalidad que el arquitecto quiso subrayar, tal y como afirma en la memoria del proyecto: «El estilo es completamente moderno, apoyado en el detalle de las formas griegas. No podíamos adoptar para un edificio de las Bellas Artes ninguno de los estilos, sean nacionales o extranjeros, que pudiéramos llamar gráficamente provisionales, dependiendo de una moda momentánea, sino acudir a aquel canon de belleza permanente e inmortal».
Tanto en las decoraciones, llevadas a cabo por los escultores José Capuz y Juan Adsuara y el pintor José Ramón Zaragoza, como en la distribución de espacios o los pequeños detalles que el arquitecto tuvo en cuenta para mayor comodidad de los socios, como el vestíbulo de la calle marqués de Casa Riera, que se abre a la calle para que si llueve, los socios puedan bajarse del coche y guarecerse inmediatamente, se aprecia el profundo conocimiento de la institución y sus actividades y el afán por poner al Círculo en valor con un edificio que mostrara su importancia social a toda la ciudad y con unas instalaciones a la altura de su prestigio.
Las obras comenzaron en 1921 y se extendieron hasta 1926, ya que el presupuesto inicial que estimó Palacios fue insuficiente. Además, fue necesaria la intercesión gubernamental, ya que el proyecto se llegó a paralizar por superar la altura máxima permitida. El gobierno publicó un decreto para declarar el edificio Centro de Protección de las Bellas Artes y de Utilidad Pública y así se pudo completar la obra.