1904 – 1918
PALACIO DE COMUNICACIONES
A principios del siglo XX el sector de telecomunicaciones comenzó a experimentar un aumento de usuarios, debido a la mejora de los servicios. En Madrid, esta alta demanda provocó que el Ministerio de Gobernación tomara la decisión de construir de manera urgente una nueva sede que pudiese albergar los servicios centrales de Correos y Telégrafos. Se barajó el solar que había dejado el convento de la Trinidad, demolido en 1897 por su mal estado, y que se encontraba entre la calle Atocha y la Plaza de Tirso de Molina. Sin embargo, el Ministerio estimó que los Jardines del Buen Retiro eran el lugar perfecto para establecer esta nueva sede, debido a su excelente ubicación y facilidad de acceso. Estos Jardines habían formado parte del Real Sitio del Buen Retiro, formado por el palacio y sus jardines, parte de los cuales han llegado hasta nuestros días bajo la denominación de Parque del Retiro. Los Jardines del Buen Retiro habían sido unas huertas que el Estado concedió al Ayuntamiento de Madrid en 1876 para que se destinaran a actividades de ocio al aire libre. El Ministerio revertió esta cesión de los terrenos y convocó un concurso para la construcción de la sede de Correos y Telégrafos. En las bases del concurso se especificaba que la fachada que diese a la plaza de Cibeles, entonces denominada plaza de Castelar, debía guardar cierta armonía con el entorno y el resto de edificios. A pesar de que el anuncio de la próxima construcción de un nuevo edificio no fue bien recibido por la sociedad madrileña, el Ministerio siguió adelante con sus planes.
Un año después de la convocatoria del concurso, en 1905, se dieron a conocer las propuestas y el fallo del jurado. Tan sólo fueron presentados a la convocatoria tres diseños: el proyecto de Felipe Mario López y Luis Montesinos, que no tuvo en cuenta las necesidades espaciales de los servicios de Correos y Telégrafos; el diseño de Jesús Carrasco Encina y Joaquín Saldaña, que sí tuvo en cuenta los espacios necesarios para desempeñar los servicios de telecomunicaciones pero no los de atención al público; y, por último, la propuesta de dos jovencísimos arquitectos de apenas treinta años, Antonio Palacios y Joaquín Otamendi, que integraron de forma equilibrada espacios para el público y de trabajo, a la vez que proporcionaban un espléndido telón de fondo a la fuente de Cibeles.
El edificio diseñado por Palacios y Otamendi es estilísticamente ecléctico, aunque homogéneo, con diversas referencias al neoplateresco, el modernismo o la arquitectura norteamericana y de Secesión vienesa. Abarca una superficie de 12.207 m2 y su juego de volúmenes le proporciona aún mayor monumentalidad. La gran fachada principal, que se adapta a la plaza de Cibeles, está flanqueada por dos torres pentagonales y dos alas laterales que se despliegan hacia la calle de Alcalá y hacia el Paseo del Prado. En esta última se abre un pórtico con columnas, una solución tradicional que apenas se usaba en aquel momento y cuya recuperación fue alabada. El edificio se corona con un cimborrio o torre octogonal donde se encuentra un reloj; éste y todos sus cuerpos verticales están rematados con pináculos.
El exterior del Palacio de Comunicaciones impresionó a los madrileños por su monumentalidad y el edificio se ganó el apodo popular de «Nuestra Señora de las Comunicaciones», ya que poseía la envergadura y el empaque de una catedral. El interior del proyecto no era menos epatante y, además, presentaba una interesante practicidad. En la memoria del proyecto presentado, Palacios y Otamendi insistían en la importancia de lo intuitivo de los espacios abiertos al público, de manera que los visitantes no se hallaran perdidos y pudieran localizar con facilidad los diferentes servicios que se ofrecían en el edificio. La solución para lograr esto fue realizar un gran vestíbulo al que se accedía mediante unas escaleras y que distribuía en tres brazos los servicios de Correos, Telégrafos y Teléfonos. El vestíbulo era de planta cruciforme, con tres niveles de arquerías de medio punto y cubierta acristalada, inspirada en el Palacio de Cristal del Parque del Retiro, obra del maestro de Palacios, Ricardo Velázquez Bosco.
El mismo concepto de accesibilidad que se trabajó en los espacios públicos, se aplicó en las zonas de trabajo de los diferentes servicios, con una moderna concepción estructural que los dispone de forma radial para proporcionarles independencia. Además, el espacio se dividió en dos, según las tareas. El cuerpo orientado hacia la plaza de Cibeles albergaba las dependencias encargadas de gestiones y operaciones, mientras que en la parte posterior del edificio se ubicaron las oficinas de dirección y administración. Los dos cuerpos estaban comunicados por el pasaje de Alarcón, un corredor que comunica la calle Alcalá con la calle Montalbán mediante dos entradas decoradas con arcos carpaneles, un tipo de arco simétrico y rebajado, muy utilizado durante el Renacimiento español. Este pasaje se abre en uno de sus extremos, para albergar un patio que sirvió para alojar el parque móvil de reparto.
En cuanto a los materiales utilizados, se reservó la piedra para la fachada principal; el hierro y el cristal para proporcionar luz cenital a las naves y el ladrillo para construir los muros de carga. En el caso de la torre, se trata de una estructura de hormigón armado y esqueleto de hierro. Para su construcción se contó con la colaboración del ingeniero Ángel Chueca Sáinz, que propuso como solución estructural el uso de vigas de celosía, elementos que Palacios quiso dejar intencionadamente a la vista.
Respecto a la decoración exterior e interior, el proyecto que presentaron Palacios y Otamendi hacía uso de diversos elementos decorativos, diseñados por Antonio y ejecutados por el escultor Ángel García, quien trabajó con el arquitecto en múltiples ocasiones y fue conocido como «el escultor de Palacios». También tuvo presencia la cerámica, ya que para el arquitecto la práctica arquitectónica debía comprender todos los detalles de un edificio y siempre incidió en la importancia de la decoración y, especialmente, el uso de la cerámica para esta tarea. Este interés pudo deberse en parte a la amistad que unía a Palacios con el ceramista Daniel Zuloaga, que había participado en varios proyectos con Ricardo Velázquez Bosco. Sin embargo, en el proyecto del Palacio de Comunicaciones las decoraciones cerámicas no corrieron a cargo de Zuloaga ni la cerámica tuvo presencia en el exterior del edificio; se reservó para las zonas interiores y fue encargada a la fábrica sevillana de Manuel Ramos Rejano, una de las más afamadas de la época, quizá para completar ese crisol de referencias al arte y arquitectura nacionales.
Las obras del edificio avanzaron con mucha lentitud, debido a problemas políticos. Una vez iniciadas en 1907, se llegó incluso a pedir la derogación del proyecto de la nueva sede de Correos y Telégrafos, los trabajos se paralizaron durante largos periodos y no fue fácil avanzar en la construcción de la sede. Hacia 1916, a pesar de no estar finalizado, ya se abrieron algunos espacios al público. La conclusión de las obras tendría lugar en 1918 y la inauguración oficial, en 1919.
Desde 2003 el Palacio de Comunicaciones pertenece al Ayuntamiento de Madrid y en 2007 se convirtió en la sede de la alcaldía. La remodelación para adaptarlo a los nuevos usos, como salas de exposiciones, auditorio o espacios de trabajo hizo posible recuperar algunos elementos arquitectónicos originales y ponerlos en valor, como las vigas de celosía, los suelos acristalados del vestíbulo, las decoraciones escultóricas de Ángel García o las cerámicas sevillanas.
El Palacio de Comunicaciones se ha convertido en el marco perfecto de la plaza de Cibeles con sus aires de castillo, de catedral y de monumento; de edificio conocido y rompedor. Su estilo ecléctico fue un deliberado homenaje a la arquitectura española desde la modernidad más absoluta.